El agandalle de Alito

TEMAS CENTRALES

 

Por Miguel Tirado Rasso

 

Sin contrarios al frente

ni molestos opositores,

Alejandro Moreno –Alito–,

dirigente del Partido

Revolucionario Institucional,

realizó su XXlV Asamblea Nacional,

con prisa, sigiloso

y con derecho de admisión.

Sin contrarios al frente ni molestos opositores, Alejandro Moreno –Alito–, dirigente del Partido Revolucionario Institucional (PRI) realizó su XXlV Asamblea Nacional con prisa, sigiloso y con derecho de admisión. Asamblea que pasará a la historia, no tanto por las propuestas para cubrir el expediente, como la expulsión del neoliberalismo del ideario priista, la declaratoria como partido demócrata social o la creación de nuevas secretarías, sino por la abolición del precepto que prohibía la reelección de sus dirigentes.

Un principio sensible y delicado en la política nacional, que fue bandera de la revolución mexicana y se implantó como principio en los Documentos Básicos del partido que gobernó nuestro país buena parte del siglo pasado. En sus casi cien años de existencia, a ningún dirigente se le ocurrió buscar su reelección, como ahora lo hace el actual presidente del tricolor, con ánimos de permanecer 12 años al frente de lo que queda del otrora hegemónico partidazo.

Cuando el entonces gobernador de Campeche, Alito Moreno, manifestó su intención de abandonar el gobierno de un estado sin graves problemas y con un futuro promisorio ante las inversiones federales que se veían venir para competir por la dirigencia de un PRI devastado ante la derrota sufrida en la elección de 2018 y en la total orfandad presidencial, no parecía ser la mejor decisión ni el momento político más oportuno.

Pronto se descubrió, sin embargo que, las circunstancias en que se encontraba el tricolor eran, precisamente, las propicias para tomar el control del partido mediante reformas a sus estatutos que el flamante presidente del organismo promovió, despojando a los órganos colegiados de funciones que ahora están concentradas en el titular de la presidencia del CEN del partido, como el registro de candidatos a cargos de elección popular federales, estatales y municipales.

Y así como en su elección para la Presidencia del Revolucionario Institucional hubo ciertas anomalías como incrementos inexplicables en el padrón de militantes de algunas entidades, como fue el caso de Coahuila, con un aumento del 270 por ciento; el de Campeche, con 50 por ciento; el de Oaxaca, 40 por ciento, y el de la CDMX, con 60 por ciento, en las asambleas convocadas por el actual dirigente, el control de los asistentes ha sido férreo. Garantía para que los acuerdos sometidos a su aprobación pasen como las iniciativas de ley de Palacio Nacional: sin modificar una coma. Así fue en la Asamblea XXIV, por lo que Alito Moreno podrá permanecer a la cabeza del tricolor hasta el 2032, cuando se cumplan las formalidades estatutarias.

Como lo hemos comentado con anterioridad, la gestión de este dirigente ha sido ruinosa para el PRI, cuyo actual posicionamiento político es el peor de su historia. Su patrimonio político lo conforman dos gubernaturas, una compartida con el PAN; 16 senadores y 34 diputados federales; alrededor de 120 presidencias municipales, una militancia de menos de dos millones de simpatizantes y ya sin el sector el obrero en sus filas. Por los votos obtenidos, menos del 10 por ciento, quedó relegado al cuarto lugar entre los partidos votados, pero su dirigente parece tener otros datos y no ve ni escucha a quienes piden que acepte la conclusión de su mandato.

Alito se lanzó contra quienes se oponen a su reelección y demandan que respete los tiempos de su período en la Presidencia del partido. A ellos les responde, muy al estilo de la oratoria mañanera de la 4T, sin mayores elementos, con graves acusaciones, vinculándolos con el asesinato del candidato Luis Donaldo Colosio y el escándalo del Pemexgate.

Envalentonado, los califica de cínicos, lacayos y esquiroles. Poco faltó para aplicarles la de ambiciosos vulgares, pero su evidente fracaso en la conducción del partido no da para prolongar su permanencia y sí obliga a rendir cuentas.

Este personaje, con todo y su fuero, no podrá quitarse la espada de Damocles que pende sobre su cabeza por las denuncias sobre su riqueza inexplicable, aparentemente, acumulada durante su desempeño como gobernador.

Tampoco su posible reelección al frente del tricolor le permitirá revertir la percepción de desconfianza que flota en su ambiente político ni las dudas que hay sobre su lealtad y compromiso con la oposición. Y qué decir de su dirigencia errática, en ocasiones a modo de la 4T, como salvoconducto de su impunidad.

En fin, que por lo que se ve, Alito Moreno se saldrá con la suya y podrá hacer y deshacer a placer en el partido, pero habrá que reclamar también a quienes durante todos estos casi seis años “callaron como momias” ante los excesos y arbitrariedades políticas del dirigente tricolor, por prudencia, temor, estrategia o conveniencia. De cualquier manera, si no actuaron antes, ahora es demasiado tarde.

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